Bajo nuestro,
todo el universo empieza a arder . . .

23 de septiembre de 2010

uno

Julián Otero y su sombra, estaban parados sobre la tierra y tras la tierra no había nada. La nada, el vacío y la más profunda inmensidad se dibujaban sobre sus sienes.
El viento soplaba susurrando mil plegarias de amor y de guerra. Julian no lo escuchaba.
Sumido en sus pensamientos solo miraba hacia atras, hacia la vieja Europa, el "ama y haz lo que quieras" de San Agustin, todos los monarcas con sus clérigos, sus pactos eternos con el diablo, la Guerra Santa. En cambio su cuerpo parado sobre Gibraltar era un recóndito canto a la libertad.
El aún no lo sabía. La noche había sido muy larga, la juventud era ahora un tiempo lúgubre de mareas, terremotos y tifones. Tempestad de lo no vivido, que vuelve entre sus suspiros a llenarle el alma de aire blanquecino. La libertad estaba ante sus ojos negros.
La libertad era un viento que desbarataba una a una las jaulas que lo formaban, donde pichones ávidos de luz se movían inquietos, reclamando la primavera del corazon.
Fue entonces cuando aparecio ella. Hojas, ramas, arena, remolinos amarillos contra la piel de Julian Otero que iba desarmándose lentamente, destejiendo una a una las antiguas construcciones de metal. La libertad estaba allí y Julian era su victima. Allí lo esperaba un barco, la promesa de una vida nueva, de un mundo nuevo.
La inminencia de lo desconocido lo desbordaba, sediento de horizonte cabalgaba su corazón sobre la claridad atlántica.
No había entonces mas luz que la que irradiaban todas las aves que vivian en su alma, que volaron pintando un cielo azul violeta..