Bajo nuestro,
todo el universo empieza a arder . . .

9 de febrero de 2010

Ala


Todos estos años, de sol, de viento, de arena, de encontrarte en los lugares más insólitos,
de buscarte en lugares comunes, la plaza, el parque a una cuadra de tu casa, ¿te acordás cuando te pedía de rodillas, que me llevarás al parque?¿que la hamaca, que el tobogán?¿que esta lindo, que si, que siempre estas en ese sillón? Ahora entiendo, porque el sillón. La vieja me decía que no, pero ella siempre tenía miedo, vos sabes.
La noche que me despertaste con el pie, que dale nena, levántate del piso, como te vas a dormir ahí, que si se entera tu mama me mata, que no quiero que te enfermes otra vez. Esa noche mire el techo horas, las manchas de humedad parecían caras, gente que sonreía, que miraba de reojo, de espaldas, de frente, una mano, un pie, una nariz.
La cabeza sola se maquina como esas rueditas de autito que Tomás hacia girar, una y otra vez, entre los edificios de cartón que hacíamos juntos con las cartas españolas, que vos trajiste de tus viajes de meses y meses.
Hoy vuelvo a tu casa, que ya no es tuya y que siempre lo será, que esta distinta e igual, y veo una vez más el sillón, en el que pasabas horas, y ahí estas. Ese sillón fue el recuerdo más triste, pero hoy ea la remembranza más vivida, corpórea y representativa. Te extraño abuelo.